La amenaza del comercio de drogas y el paramilitarismo en Costa Rica

San José, 17 de mayo () .- Costa Rica, un país que a lo largo de su historia ha sido sinónimo de estabilidad democrática y un notable compromiso con la paz, se encuentra ahora en medio de una crisis política que podría ser una de las más significativas en las últimas décadas.
La controversia alrededor de la figura de José Fabio Pizarro, ex director de poder público y condenado por tráfico de drogas, ha resurgido, especialmente tras sus llamamientos en apoyo al presidente Rodrigo Chaves. Lo que muchos observadores pueden interpretar como una simple manifestación se ha convertido en un símbolo inquietante de militarización política y en un indicativo de posibles colusiones con estructuras criminales, desatando alarmas sobre un alarmante poder autoritario.
Pizarro, a través de mensajes de voz y textos diseminados por plataformas de mensajería, ha instado a que los «ex miembros del batallón» se presenten en «uniforme con fatiga» en San Carlos, una región del norte de Huetar conocida como una de las áreas más problemáticas en términos de seguridad.
Los organizadores de la marcha afirman que la misma tiene un carácter «apolítico» y que su objetivo es «defender al presidente contra la oligarquía y los filibusteros modernos». Sin embargo, no hay muchas iniciativas que no tengan un trasfondo político, especialmente cuando la voz que llama a la movilización proviene de un narcotraficante con un historial tan notorio.
La cara de un viejo fantasma
José Fabio Pizarro no es un personaje menor ni nuevo en la escena de la seguridad en Costa Rica. Su historia se entrelaza con momentos críticos para el país. En el año 2013, estuvo involucrado en la creación del grupo «Patrulla 1856», una organización que emergió en la Isla Calero durante el conflicto con Nicaragua. A pesar de que en un inicio se presentó como un movimiento patriótico popular, las investigaciones posteriores revelaron un lado oscuro: se había utilizado para facilitar el tráfico de drogas junto a carteles mexicanos.
En 2018, Pizarro fue condenado a prisión por transferir más de 200 kilogramos de cocaína, lo que lo posicionó entre los criminales más notorios en el país. Sin embargo, su reciente llamado a la movilización militarizada, en apoyo a Chaves, ha planteado serias preocupaciones sobre la interrelación entre el crimen organizado y el poder político actual.
Otro aliado de Pizarro, Minor Vargas, también ex oficial de policía, ha justificado esta marcha empleando un discurso incendiario que la enmarca como una «lucha contra la élite» que busca debilitar al Gobierno de Chaves. Esto provoca reminiscencias de movimientos paramilitares en otras regiones del continente, donde la proliferación de actores armados no estatales ha erosionado las bases democráticas.
Reacciones institucionales: de intoxicado a alarma
Las reacciones institucionales no se hicieron esperar. El diputado Rocío Alfaro, del Frente Amplio, fue uno de los primeros en advertir sobre los riesgos de normalizar este tipo de movilización. «Casi poderes de naturaleza paramilitar están considerando reemplazar la institucionalidad para abordar situaciones de conflicto. Es desastroso que se proponga una guerra civil para proteger la impunidad del ejecutivo», indicó.
Expertos, analistas y ex ministros coinciden en que la expansión de estas organizaciones representa una amenaza directa para el estado de derecho. El problema no se limita a la identidad de los convocadores, sino que también resalta una preocupante permisividad, o hasta complicidad, del gobierno actual.
La Agencia de Investigación Judicial (OIJ) ya ha comenzado a investigar los audios de Pizarro, mientras que la Dirección de Inteligencia y Seguridad (DIS) está evaluando si existe un riesgo tangible para el orden público.
Sin embargo, hasta la fecha, no se ha emitido una condena directa ni se ha dado una orden explícita desde el ejecutivo para desactivar esta peligrosa iniciativa. El presidente ha guardado silencio sobre las propuestas de Pizarro.
El veto que ha desatado la crisis
Uno de los principales catalizadores de esta tormenta política fue el veto presidencial a un proyecto de ley que buscaba extender el horario permitido para realizar redadas. Para muchos en la legislatura y en el ámbito fiscal, esta medida es fundamental en la lucha contra el tráfico de drogas, especialmente en zonas donde las operaciones criminales suelen realizarse al amanecer.
No obstante, Rodrigo Chaves decidió vetar el proyecto, argumentando que este violaba derechos constitucionales y podía dar pie a abusos policiales. «No se puede dar alas a un animal tóxico», expresó enérgicamente al criticar al sistema judicial.
Esta decisión causó un aluvión de críticas, particularmente de diputados como Danny Vargas, del Partido Nacional de Liberación (PLN), quien acusó al presidente de alinearse «con los narcos y no con los ciudadanos». Vargas llegó a relacionar directamente el veto con la aparición de Pizarro en el escenario político: «Este es un traficante de drogas confesado que ahora convoca marchas con fatiga. ¿Qué Costa Rica inhabitamos?».
El fantasma de la negociación de México
La tensión aumentó aún más tras una revelación impactante publicada por el periódico mexicano El Universal. Según una investigación citada por fuentes anónimas, el gobierno de Costa Rica habría negociado con los carteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación para mitigar la violencia, permitiéndoles cierto control territorial a cambio de una disminución en las tasas de homicidio.
A pesar de que el presidente Chaves ha descalificado el informe como una «patraña», el Fiscal General ha abierto una investigación por posibles «delitos de abuso de deberes».
Para el historiador Vladimir de la Cruz, ex embajador en Venezuela y respetada figura en el análisis político nacional, estos acontecimientos no van a ser aislados. «Hay un acuerdo entre el gobierno y las pandillas para dividir territorios y reducir asesinatos. Lo que se busca es la imposición de un estado autoritario, utilizando la incertidumbre como pretexto», advierte.
Dichas afirmaciones coinciden con el creciente temor de que el país esté cayendo en un modelo de «estado fallido funcional», donde se mantenga una apariencia institucional, pero se entregue la soberanía a actores armados o criminales.
La retórica presidencial bajo la lupa
Las palabras del presidente Rodrigo Chaves han contribuido a exacerbar la tensión política. En un reciente discurso, arremetió contra la OIJ y sugirió que ciertos sectores buscan generar caos para la «gente». Como ejemplo, mencionó la Guerra Civil de 1948: «En 1948, la ciudad se levantó. No estoy insinuando que esto esté sucediendo ahora, pero no se puede tirar de la cola a la vaca», expresó.
Sus declaraciones fueron denunciadas como «imprudentes e irresponsables» por Rodrigo Arias, presidente de la Asamblea Legislativa. «Costa Rica es un país de paz. Hablar de forma tan directa sobre nuestra democracia es peligroso», señaló Arias.
La evocación de 1948 no solo es simbólica. En un país sin ejército, referirse a un levantamiento armado lleva un peso considerable, ya que remite a la última experiencia de violencia civil a gran escala que definió los cimientos de la Segunda República. Que el Jefe de Estado haga alusión a ello, aunque sea en un sentido alegórico, enciende todas las alarmas.
Un manifiesto para la democracia
Ante este panorama, más de cincuenta figuras públicas, entre académicos, artistas, ex ministros y activistas, han emitido un manifiesto alertando que «la democracia está en riesgo», acusando al presidente de «preparar el camino para un autogolpe».
El documento solicita que la sociedad civil se movilice en defensa del orden constitucional. «Su multitud agresiva y sus advertencias son una provocación. No debemos caer en la trampa del miedo o la resignación», se menciona en el manifiesto.
Además, invita a sindicatos, movimientos colectivos de feministas, estudiantes y grupos territoriales a organizarse para resistir una posible escalada autoritaria.
El término «autogolpe» no es casual. Los expertos en ciencias políticas advierten sobre cómo los líderes elegidos democráticamente pueden minar los usos institucionales, concentrar el poder y socavar los contrapesos. Lo que se está observando en países como El Salvador o Nicaragua debería servir como una advertencia clara del camino que podría seguir Costa Rica si el marco legal y democrático no se defiende robustamente.
Tormenta pasajera o punto de inflexión?
El país se encuentra ahora ante una encrucijada. Las instituciones siguen operando, los medios de comunicación continúan exponiendo la realidad, y la sociedad civil ha comenzado a organizar respuestas. Sin embargo, el panorama se ha oscurecido. La presencia de actores armados con antecedentes criminales, la desconfianza entre las diferentes ramas del estado y la narrativa presidencial que sugiere un conflicto armado crean un cóctel enorme de peligro.
La gran interrogante es si Costa Rica está atravesando una tormenta política momentánea, como ha sucedido en otras ocasiones de su historia reciente, o si estamos presenciando el inicio de un proceso más profundo de erosión democrática. La respuesta aún no está escrita.
Como concluyó el diputado Rocío Alfaro: «Esperamos que el ejecutivo rechace estos grupos y que las instituciones tomen action. No es el país que queremos». El tiempo indicará si la esperanza puede prevalecer ante el miedo.
Una democracia en prueba
Costa Rica se encuentra en un momento crítico. Su poder institucional, celebrado durante décadas, está siendo desafiado no solo desde el ámbito externo, a través del tráfico de drogas y el crimen, sino también por las acciones de sus propios líderes políticos.
La ciudadanía, los partidos opositores, las universidades, la prensa libre y los cuerpos judiciales poseen la evidencia necesaria: la defensa de la democracia, sin caer en la trampa de la confrontación violenta o de una polarización irreparable.
En una nación sin ejército, la violencia debe quedar reservada a la ley. En un país que valora la paz, la única fatiga aceptable es la del trabajo y no la de la lucha, como opinan numerosos costarricenses en las redes sociales y varios medios de comunicación.